sábado, 30 de julio de 2016

SEGUIMOS VIVOS

Hace poco hicimos un viaje. Un viaje precioso por una tierra verde y rica que desborda cultura y naturaleza. Desconectados del mundo durante el día, nos despertábamos cada mañana con noticias de atentados, de muertos, de sangre. La misma Europa vieja y sabia se convulsionaba mientras nosotros nos dábamos la mano por sus calles llenas de gente. ¿Somos los únicos que vemos lo que tenemos delante? Este continente unido por siglos de historia, por una sensibilidad cultural y estética tan similar que hermana los pueblos de Lombardía con los de Kent en una misma fisonomía, no puede disgregarse en grupos de vecinos susceptibles y mal informados. Ni puede ceder al miedo que produce la violencia de quien no entiende que nos parecemos siempre mucho más de lo que nos diferenciamos. 

De la mano por esta Europa convulsa pensamos un poco como Elvira Sastre en este poema. Seguimos vivos, a pesar de las fronteras que intentan levantar con el miedo.
Seguimos vivos en un mundo lleno de vida. En pie. Y eso es lo que cuenta. 


El mundo se derrumba,
ya lo dijo Ilsa.

Sus límites hace tiempo que dejaron de ser unión
para convertirse en frontera,
el cielo perdió su azul
y la violencia llena ahora de gris la mirada
de quien osa mirar hacia arriba,
los golpes vienen de tantas direcciones
que el dolor ya casi no sorprende,
quienes se autoproclaman defensores del país
lo destruyen con cada palabra
-malditos aquellos que usan la palabra para engañar-.

Pero también es cierto
que millones de voces unidas
cantando lo mismo
suenan mejor que una mentira,
que una sonrisa de alguien a quien le han robado todo
vale mucho más que un billete en primera clase,
que no hay nada más poderoso
y bonito
que dos manos unidas en un terremoto.

Porque seguimos vivos,
de pie y todos juntos,
y eso les escuece.
Porque mientras ellos asesinan
surgen héroes que se atreven a plantarles cara
pese a que ellos les reciban con la mano abierta.
Pero la verdad es que tienen miedo
porque cuanto más aprietan la soga
menos manos les quedan para ahogarnos,
y llegará el día en el que se queden sin cuerda
y no tendrán quien les salve.

Que tiene más vida
el alma de quien no tiene nada
porque se lo han quitado
que el alma de quien tiene todo
porque lo ha robado.
Y al final de eso se trata,
de estar vivo.

"Porque el mundo se derrumba
pero nosotros nos enamoramos".




Elvira Sastre (1992) es una de las responsables del boom de la poesía en España y Latinoamérica en los últimos años. Siguiendo su estela, muchos poetas jóvenes (la mayoría de menos de 25 años) han publicado libros que han vendido miles de ejemplares y han acercado la creación poética a una generación que se ha adentrado en su vida adulta con una sensibilidad distinta. El amor, la injusticia social, la rebeldía como forma de buscar la propia identidad, son sus temas favoritos. Y sus poemas tienen la virtud de conectar con el lector a muchos niveles, con una cita, un verso, una imagen, como siempre han hecho los mejores cantautores, a pie de emoción. 


sábado, 23 de julio de 2016

QUÉ ALEGRÍA, VIVIR


Decir que nos apasiona Pedro Salinas no es ninguna novedad. De hecho, cuando nos conocimos, en la primera conversación que compartimos apareció su nombre, a quien nos ligamos, como a su poesía, en nuestro vivir diario. Porque cuando se trata de la poesía de Salinas, el verbo vivir se coloca en el centro y a su alrededor de van desarrollando las palabras y los versos que le dan más vida.

¡Qué amor tan grande el que sintió Pedro Salinas por Catherine Whitmore! Un amor tan enorme que entendía su propia vida a través de la de ella. Con la vida de ella, él vivía. Es difícil llegar a sentir un vínculo tan fuerte por alguien como para decir que "otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo". Y Salinas lo decía. Usaba la poesía para declarar su amor y con ella creó un lenguaje nuevo y especial para sus lectores, que en realidad era su lectora. Ese lenguaje que a nosotros nos encanta y que compartimos con vosotros un sábado más.



Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo. 

Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.





Pedro Salinas (1891-1951) fue uno de los poetas más reconocidos de la Generación del 27. Al igual que todos ellos pasó por varias etapas líricas, desde la poesía pura y las vanguardias hasta su poesía del exilio. Entre medias, lo que se llama su "poesía de plenitud", alcanzada con sus maravillosos poemarios de amor La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.


sábado, 9 de julio de 2016

EXISTÍAN TUS MANOS

Las relaciones íntimas se construyen con paisajes y momentos. Una tarde en la playa, una comida en un restaurante bonito, un viaje relámpago a un sueño. Paisajes y momentos que se convierten en símbolos a los que volvemos continuamente para revivir aquello que nos hizo felices y que tejen aquello que llamamos complicidad. Nosotros somos cómplices en muchas cosas. Nos comunicamos sin hablar de formas que quizá ni siquiera seríamos capaces de definir. Formas misteriosas, como los infrasonidos de las ballenas, tan llenos de significado. Una de ellas es la poesía. Otra, las manos que se abren y se tienden. Y en este poema de Gamoneda encontramos las dos.



Existían tus manos.

Un día el mundo se quedó en silencio; 
los árboles, arriba, eran hondos y majestuosos 
y nosotros sentíamos bajo nuestra piel 
el movimiento de la tierra.

Tus manos fueron suaves en las mías 
y yo sentí la gravedad y la luz 
y que vivías en mi corazón.

Todo era verdad bajo los árboles, 
todo era verdad. Yo comprendía 
todas las cosas como se comprende 
un fruto con la boca, una luz con los ojos.






Antonio Gamoneda (1931) fue al colegio poco y mal. Su infancia estuvo marcada por la guerra civil y la ausencia de su padre. Pasó la dictadura participando en la resistencia cultural al franquismo, desde su puesto de empleado de banca, y poco a poco se labró una condición de poeta de culto, presente y citado en numerosos espacios culturales pero siempre alejado de los focos (si es que los poetas reciben focos), introspectivo y silencioso como su poesía. 



sábado, 2 de julio de 2016

LIBROS

El viernes pasado Patricia y yo participamos en una obra de teatro llamada "Sur un fil". La directora, Nahikari Yubero, reunió a un grupo de nueve personas y les convenció para escribir textos propios que respondieran a la pregunta: ¿qué dirías si, por un momento, pudieras desprenderte de tu conciencia? Los nueve se dejaron convencer y terminaron en un escenario, muchos por primera vez, para representar sus intimidades sin máscaras mientras sonaba mi piano como acompañamiento para muchos de ellos. Y aquí tenéis el texto de Patricia con mi música, un homenaje poético a los libros, a lo que significan y la felicidad que aportan. 



Las pilas de libros en casa, aumentan y disminuyen su tamaño, cada mes, como pequeños satélites que llenaran el hogar de luz. Libros que se desparraman traviesos por cada rincón y habitación. Os aseguro hasta haber visto alguno en el frigorífico. Hay libros que nacieron del deseo irremediable de conocer más a alguien, protagonista de su historia. Otros, y esto es completamente cierto, brotan como setas, las tardes frías de otoño.

Imaginad un paraíso. En el mío siempre habría libros. Eso –o algo parecido- decía Borges. De verdad, imaginadlo. Cerrad los ojos y aguzad otros sentidos. En ese paraíso el libro los atrapa absolutamente todos. Con la nariz percibo cuántas vidas ha tenido el libro, que es como decir cuánta gente lo ha leído. Con el tacto siento la calidad y el esmero del trabajo de sus editores. Con el oído escucho el hojear de sus páginas, lenta o rápidamente según sea de intenso el contenido. Y saborear un libro… ¡No! ¡Eso solo metafóricamente!

Busqué una vez el origen de esta pasión incontenible. Pensé que vendría de mí, de algún acontecimiento vivido en la infancia: la librería de mis padres, las tardes ensimismada leyendo, el préstamo voraz de libros en la biblioteca… Luego pensé en la adolescencia y adultez: algún concurso de lectura, los estudios universitarios, mi gusto por librerías y bibliotecas, el amor que llega de la mano de un librero… Repaso uno a uno cada rincón de mi biografía. Y termino por descubrir que mi pasión por los libros no nace en mí, sino en ellos.

¿Recuerdo acaso el primero de los libros que se me abrió ante los ojos? Imposible. Del todo imposible. Pero sí, fueron ellos. Uno detrás de otro me eligieron –como a tantos otros antes y después- y se colocaron en mi vida para hacérmela más fácil, para entender más cosas, para vivir más vidas y hacer más viajes.

Olas de papel, escaleras de portadas que un día vuelan y otros se mantienen firmes para dejarme escalarlas y llegar lo más alto posible, pero siempre con los pies en tierra. Revoloteo de palabras, zumbidos de ideas, retazos de recuerdos. Memorizar versos, contar historias, alimentar vidas y contener el aliento. Esconderme del mundo horrible de miseria y pena tras las hojas que todo lo curan. Eso son los libros.

¿Solo yo siento este amor por los libros? ¿Qué pasaría si un día los libros cobraran aún más vida? ¿Qué pasaría si las estrellas de vuestros ojos lograran leer más páginas por minuto? ¿Qué pasaría si al despertar, el autor de nuestro libro se hubiera quedado en blanco y nosotros sin vida por un día?



Patricia ama los libros. Vive entre ellos. Vive de ellos. En sus tardes en casa se pasea por las estanterías poniéndolos en listas de deseos, haciendo revolotear sus historias por su imaginación mientras las portadas le cuentan secretos. Con tantas atenciones los libros se sienten queridos y la buscan, se meten en sus bolsos y la acompañan al trabajo, a la compra, a la cocina e incluso al baño. Es una relación de amor correspondido. Fructífera y duradera. Y es inevitable que a veces les escriba cartas. Cartas de amor y de agradecimiento. Cartas con preguntas para intentar desvelar sus misterios. Cartas como esta que escribió sin parar, como escribe siempre, sin tachar, sin pensarse las frases, palabras y palabras que fluyeron de sus dedos, pasaron por su voz y se unieron a un piano juguetón para rendir un homenaje a los libros en un teatro del norte, en esta carta de amor.