sábado, 17 de septiembre de 2016

LOPE. LA NOCHE. MARTA

Cada noche abrimos o cerramos la ventana. Vivir es abrir y cerrar ventanas constantemente. Este poema es una ventana. Una ventana a los últimos días de la vida de Lope de Vega, dramaturgo y poeta aurisecular que nos ha gustado siempre por su obra y por su vida y al que apreciamos especialmente desde que leímos este poema. Fue un profesor de Literatura medieval quien nos lo hizo leer en clase. Y no se puede borrar de la memoria literaria su último verso. 
No podemos ni queremos olvidarlo porque todo el poema es un canto de amor maravilloso y su colofón resulta antológico por la sinestesia, por su intensidad y por la empatía del autor con este Lope anciano y enamorado, en un amor sosegado y casi eterno.




He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.

«Salí al rayar el alba —digo—.
Lamía el sol las paredes leprosas.
Olía a vino, a miel, a jara»
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos).
La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta de la iglesia
me callo, me detengo —entraría conmigo
si yo no me callase, si no me detuviera—;
yo sé bien lo que quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría venido.

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba
no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi,
sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios
que quita mis pecados del mundo).
La Noche no podría comprenderlo,
y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

No me pregunta nada la Noche,
no me pregunta nada. Ella lo sabe todo
antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.
Ella ha oído esos versos
que se escupen de boca en boca, versos
de un malaleche del Andalucía
—al que otro malaleche de solar montañés
llamara «capellán del rey de bastos»—
en los que hace mofa de mí y de Marta,
amor mío, resumen de todos mis amores:
Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles, mona
y entre las sábanas, Marta.
qué sabrá ese tahúr, ese amargado
lo que es amor.
La Noche trae entre los pliegues de su toga
un polvillo de música, como el del ala de la mariposa.
Una música hilada en la vihuela
del maestro del danzar, nuestro vecino.
En la cocina la estará escuchando Marta;
danzará, mientras barre el suelo que no ve,
manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,
de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos.
Danza y barre Marta.

Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana. Noche.
Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,
saldré después a decir misa
Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea
luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,
escribiré unas hojas

de la comedia que encargaron unos representantes.
Que las cosas no marchan bien en el teatro,
y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.
Tengo que dar la cena a Marta,
asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),
cuidar que no alborote mis papeles,
que no apuñale las paredes con mis plumas
—mis bien cortadas plumas—,
tengo que confesarla. «Padre, vivo en pecado»
(no sabe que el pecado es de los dos),
y dirá luego: «Lope, quiero morirme»
(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).
Ego te absolvo.

Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,
de lugares vividos y soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.




Desde los 17 a los 22 años, José Hierro (1922-2002) estuvo preso en una cárcel franquista. Le acusaban de intentar proteger a presos políticos, entre otros, a su padre. No es de extrañar que su primera poesía ahondara en el desarraigo y la crisis existencial. 
Tenía la costumbre de no escribir nunca en su casa. Quizá porque pensaba que los libros buenos se escriben fuera del hogar, como escribió los primeros. Y así, siempre se le podía encontrar en los cafés y terrazas, con la mesa llena de papeles, esbozando sus poemas. 
Recibió numerosos premios y hoy los institutos y centros culturales con su nombre proliferan como la buena hierba. 


sábado, 10 de septiembre de 2016

SIN FRONTERAS

Este verano hemos viajado mucho por Europa continental. Hemos cruzado seis fronteras distintas en coche sin necesidad de parar. En casi todos los casos, sin controles, sin nadie que nos señalara el cambio de un país a otro con esa mirada entre hastiada y desconfiada de los guardias fronterizos. Y hemos imaginado un mundo así. Sin fronteras. Sin alambradas ni vigilancias suspicaces. Un mundo cuya única frontera fuera la muerte. Como este de Cristina Peri Rossi. 



Hay gente que ama las fronteras
yo amo el mar de lejano horizonte
y navegar sin banderas
sin emblemas
desde la habitación 225
del hotel La Torre
en Calella
(no decir que es de Palafrugell,
no hay fronteras).
El verdadero límite es la muerte
y viaja en barco en tren a caballo
en góndola en piedra en bomba
en cuchillo en células malignas
a mi pesar
a tu pesar.



Cristina Peri Rossi (1941) es una poeta uruguaya afincada en España desde su exilio en los años setenta. Ha cultivado todos los géneros, tuvo una relación privilegiada con Julio Cortázar y ha desarrollado un activismo político que llevó a la dictadura de Uruguay a censurar sus libros durante más de una década. Vive en Barcelona y sus libros han recibido más de una decena de premios. 





sábado, 3 de septiembre de 2016

LA BATUTA


Si hay algo que nos gusta tanto como un poema o un gato es la música. Creo que no es necesario que lo digamos mucho: la idea de unir el piano de Óscar y los poemas que más nos gustaran es un canto al arte. 
Lo que ocurre cuando la poesía, que en esencia ya es música, habla de esta, es que no podemos resistirnos a su encanto. Tampoco uno puede resistirse al encanto de la poesía de Raúl Vacas, que no solo es el autor de poemas que nos gustan mucho, sino un amigo. Cuando hablo de él no puedo cansarme de contar el primer día que lo escuché recitar un verso que decía Tu corazón es un pimiento lleno de tristeza. Ahí descubrí que la alcachofa de la metáfora de Benedetti sobre el corazón se hacía más grande, y que Raúl Vacas era un poeta experimentador, y que ya nada podría separarme de su obra, porque una de sus metáforas se me había quedado muy dentro.
Con el tiempo seguí leyendo a Raúl Vacas, y lo seguí releyendo. E invité a mis alumnos a que leyeran su poesía, a que jugaran con sus versos y a que ellos también manosearan la poesía, le dieran forma con sus manos, sus ojos y su corazón. 
Y desde entonces estamos unidos por la experimentación, los adolescentes y la poesía.
El poema de hoy habla de la música y es alegre, juguetón, tiene referencias y nos hace una buena descripción de la orquesta. ¿Alguien da más? En un tiempo en el que la creatividad, la música y la poesía dejaron de estar en la palestra, Raúl Vacas las puso en el centro de su poemario Esto y ESO y nos ayudó a volver a meterlas en la escuela.
LA BATUTA

Se alza en el aire mudo la batuta
e inicia el director el movimiento,
llora un violín con lánguido lamento
la triste melodía que ejecuta.

Un violonchelo adulto le disputa
al xilófono la gloria de un momento,
la flauta travesera toma aliento
y el arpa, allá en lo oscuro, ni se inmuta.

La sinfonía inunda los sentidos
del público que sueña, siente y calla
y afina su emoción y sus latidos.

Y la batuta rasga, ordena, estalla
cuando los músicos más atrevidos
se besan con amor brujo de Falla.







Raúl Vacas es un poeta y un trovador. Va de recital en recital con un megáfono y recita sus poemas como quien grita consignas. Es un poeta que experimenta y juega con su literatura y está comprometido en la defensa de los derechos humanos de todas las personas. Raúl Vacas da abrazos que en sí mismo son un poema. Y da cursos de literatura y abre su casa al encuentro creativo de todo tipo de personas. Raúl Vacas es una de esas personas de las que uno puede presumir ser su amigo.